24 de mayo de 2013

No me he ido del todo

Hace dos años, por motivos diversos, que tenían que ver fundamentalmente con la tensión que me generaba la publicación de las entradas y la intensidad emocional de las relaciones con los lectores (no era la primera vez, ya había experimentado semejante agotamiento en mis colaboraciones semanales en algunos periódicos locales), decidí paralizar las publicaciones y descansar. No me despedí, porque pensaba que no era una despedida. Era un simple aplazamiento. Aún lo sigo pensando. Pero pienso que les debía una explicación.

Cuando dejé de publicar ya estaba embarcado en un proyecto que ahora es una realidad muy grata: la Asociación Entrelibros. Es ahí donde desarrollo ahora gran parte de mi actividad pública en favor de la literatura y los libros. No descarto retomar este blog, pero en estos momentos estoy ocupado en sostener el de la asociación. Por si quieren conocer algo más sobre nuestro trabajo, les dejo el enlace: Asociación Entrelibros.

Un abrazo.

7 de abril de 2011

Tras el dolor

Leí hace unos días que el poeta mejicano, Javier Sicilia, tras el asesinato de su hijo ha decidido dejar de escribir."El mundo ya no es digno de la palabra / Nos la ahogaron adentro / Como te asfixiaron /Como te desgarraron a ti los pulmones /Y el dolor no se me aparta /Sólo queda un mundo /Por el silencio de los justos /Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo. ... Es mi último poema. No puedo escribir más poesía. La poesía ya no existe en mí", escribió tras el brutal crimen, a la par que hacía un llamamiento a la sociedad mejicana a rebelarse contra la violencia que infesta al país y contra la corrupción política.

Me pongo emocionalmente en su lugar y puedo entender su decisión. La escritura resulta insignificante frente a la inmensidad del dolor.

Recuerdo, sin embargo, a Joan Margarit y a Mary Jo Bang, dos extraordinarios poetas que sufrieron la misma desgracia: la muerte de una hija en el caso de Margarit y la de un hijo en el de Bang. Si los pongo en relación no es con la voluntad de equiparar los sucesos (ninguna muerte es idéntica a otra y las circunstancias de la muerte de Juan Francisco Sicilia nada tiene que ver con la de Joana Margarit o Michael Donner Van Hook) sino únicamente para mostrar la relación
nueva con la escritura por parte de unos padres, poetas los tres, a los que asalta el dolor por la pérdida de un hijo.

Tras la muerte de su hija, Joan Margarit escribió
Joana, un libro que llegó desde el 'desamparo' y 'el terror' que sobreviene cuando 'las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras'. Joana es la tentativa de reparar una ausencia, de llenar con palabras un vacío.

Mary Jo Bang comenzó a escribir
Elegía, el libro que siguió a la muerte de su hijo, garabateando palabras en un papel para distraer la aflicción y la soledad que la invadieron mientras aguardaba en sucesivos pasillos la conclusión de la autopsia y el esclarecimiento de la muerte de Michael. La necesidad de hablar desesperadamente la impulsaba a escribir, que era un modo de conversación íntima con su memoria y sus sentimientos.

Reproduzco aquí sendos poemas de Joan Margarit y Mary Jo Bang, sacados de los libros citados anteriormente. En ambos es perceptible la potestad de la escritura poética para domesticar el desorden, para mitigar la desesperación.

L'ESPERA

Tantes coses et troben a faltar.
Cada dia està ple d’instants que esperen
les mans petites que, tantes vegades,
van agafar les meves.
Ens hem d’acostumar a la teva absència.
Ja ha passat un estiu sense els teus ulls
i el mar també s’hi haurà d’acostumar.
El teu carrer, durant molt temps encara,
esperarà davant la porta,
pacient, els teus passos.
No se’n cansarà mai perquè, esperar,
ningú no ho fa tan bé com un carrer.
I jo sóc ple d’aquesta voluntat
de ser tocat per tu, mirat per tu.
I que em diguis què fer amb la meva vida,
mentre els dies de pluja o de cels blaus
ja estan organitzant la soledat.


(LA ESPERA

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.)

*

FUISTE ERES ELEGÍA

Frágil como un niño es frágil.
Destinado a no durar siempre.
Destinado a convertirse en otro
para la madre. Aquí estoy
sentada en una silla, pensando
en ti. Pensando
en cómo era
hablar contigo.
Cómo a veces era maravilloso
y otras veces horrible.
Cómo las drogas cuando había drogas
deshacían lo bueno casi por completo
pero no por completo
porque lo bueno siempre podía ser visto
brillar como brilla el lamé
en el escaparate de una tienda
llamada Las Cosas
Hermosas Nunca Duran Siempre.
Te amé. Te amo. Eras.
Y eres. La vida es experiencia.
Así de simple es todo. La experiencia es
la silla en que nos sentamos.
Sentarse. Pensar
en ti donde eres un vacío
que llenar
por la añoranza. Te amaba.
Te amo como amo
todas las cosas hermosas.
La auténtica belleza rara vez es auténtica.
Eras. Eres
en mayo. Mayo mirando
hacia junio que llega.
Así es como mido
el año. Todo Fue Culpa Mía
es el título de la canción
que he estado cantando.
Incluso cuando me pedías calma.
No he tenido calma alguna,
he estado llorando. Creo que tú
me has perdonado. Todavía me pones
la mano en el hombro
cuando lloro.
Gracias por eso. Y
por tu inefable sentido
de la continuidad. Eras. Eres
la cosa más brillante en el escaparate de la tienda,
lo más singular y hermoso que he visto en mi vida.

3 de abril de 2011

El lugar de la lectura

He aquí una idea magnífica. La Fundación Germán Sánchez Ruipérez ha iniciado un proyecto titulado Dónde lees tú, cuyo propósito es trazar una cartografía informal, diversa, de los espacios que los lectores acotan y colonizan cuando deciden ponerse a leer. El interés de conocer dónde se lee radica en el hecho de que ofrecen sutiles informaciones sobre los lectores y sus comportamientos. No importa si son acogedores o inhóspitos, solitarios o concurridos, estrechos o amplios, lo admirable son los modos en que los lectores se insertan en ellos y los transforman. Silenciosamente los convierten en una extensión de las páginas del libro, en el escenario cambiante de sus emociones y pensamientos. Por eso resultan tan interesantes, por su capacidad para manifestar las experiencias de la lectura.

Ofrezco aquí algunos de los míos.


El sofá de mi habitación de trabajo

La azotea de mi casa en las noches de verano

El cuarto de baño

Los asientos de los autobuses de las líneas 9, 21, 8 o C

21 de marzo de 2011

Lienzos como páginas

¿Puede contarse una historia profundamente conmovedora con pigmentos, colores, formas? Naturalmente que sí. Si quieren verificarlo, pueden visitar la exposición Un cuento chino, que el pintor Juan Vida acaba de inaugurar en la Biblioteca de Andalucía, en Granada.

¿Y qué narra este moderno cuento chino? Pues habla de las vicisitudes de un largo viaje en busca de una niña, de los sueños y los temores que preceden a la partida, del encuentro con la niña deseada, de las esperanzas que suscita su llegada a la nueva casa, de la introducción en los lugares desconocidos, de los significados inéditos que adquieren de pronto palabras como risa, pájaro o futuro. Quien cuenta la historia, quien la pinta, es el padre de esa niña procedente de Oriente, cuya presencia le genera la felicidad de la plenitud y la necesidad de la exposición. ¿Exponer qué? Sencillamente, las emociones y las imágenes provocadas por Julia, la hija que alteró su vida. De esa alteración interior habla la exposición de Juan Vida. Podría decirse que el pintor expone y el padre se expone.

Juan Vida ante uno de los cuadros de la exposición

En efecto, lo que los espectadores reciben, y también los lectores, pues cada lienzo va acompañado de un breve texto a modo de ilustración verbal, es una íntima confesión, la expresión pública de una dichosa experiencia personal. Y al igual que un novelista utiliza palabras o un músico notas para contar lo que sienten y piensan,
Juan Vida usa los recursos de su oficio: lienzos, pintura acrílica, tinta, objetos... El resultado es una invitación a compartir una alegría, a participar en la celebración de un estado de ánimo que hacemos nuestro mientras deambulamos ante los cuadros con la misma serenidad con que pasamos las páginas de un libro delicado y cautivador. La exposición es al mismo tiempo una exaltación de la pintura como arte de emoción y conocimiento.

(No es igual, pero pueden pinchar en este enlace
si quieren hacerse una idea de la exposición de la que les hablo)

14 de marzo de 2011

Veinte años de 'Elogio de la lectura'

Contra el casi invencible pudor a hablar de mí mismo y de las cosas que hago, lo que contradice en gran medida el sentido de los blogs, quiero compartir hoy con ustedes una celebración que me afecta.

El viernes pasado, por la tarde, en la Biblioteca de Andalucía, Andrea Villarrubia y yo clausuramos el módulo 'Gestión Cultural de las Letras y el Fomento de la Lectura' encuadrado dentro del Máster de Gestión Cultural que organiza la Universidad de Granada. Lo hicimos con la proyección de un montaje audiovisual, Elogio de la lectura, que forma parte indeleble de nuestras vidas. En gran medida, lo que pensamos y decimos de la lectura y los lectores nos ha venido dictado por las experiencias proporcionadas por esa apología pública de los libros, hecha con palabras, imágenes y sonidos. Inesperadamente, mientras preparábamos el acto del viernes, nos dimos cuenta de que en estos días se cumplían 20 años de una gozosa aventura.

(Todas las imágenes de Elogio de la lectura insertadas en esta entrada corresponden al acto del pasado viernes)

Todo comenzó en 1991, cuando Andrea tuvo la idea de proyectar a sus alumnos, para conmemorar el Día del Libro, algunas de las imágenes
de lectores que habíamos ido haciendo a lo largo de los años allá por donde íbamos (revisándolas ahora comprobamos que las más antiguas tienen ya más de tres décadas). Lo que en principio no tuvo otro objetivo que ilustrar con imágenes una celebración de los libros se convirtió de inmediato, dada la inesperada y entusiasta respuesta de los alumnos, en un primer esbozo de montaje audiovisual. Y comenzamos a proyectarlo. Las reacciones de la gente nos animaron a proseguir y pronto le agregamos música y textos en torno a la lectura. Comprobábamos acto tras acto que aquel precario montaje conmovía y cautivaba. Nos dimos cuenta entonces de que quizá habíamos armado un instrumento valioso para hablar de la lectura con todo tipo de personas, desde adolescentes recién ingresados en el instituto a septuagenarias que comenzaban sus primeras relaciones con la lectura y la escritura.

A partir de aquel momento, y a medida que se corría la voz, comenzamos a acudir, siempre que nuestra disponibilidad lo permitía, a los lugares más diversos pertrechados con nuestros proyectores de diapositivas y nuestras pantallas desplegables (esto les resultará completamente extraño a quienes han nacido en la era digital). Se asombrarían ustedes si conocieran dónde hemos estado y las condiciones en las que hemos intervenido, desde ruidosas aulas o modestas bibliotecas a pequeñas habitaciones particulares o enormes auditorios. Siempre, sin embargo, nos hemos sentido acogidos y gratificados, aunque el espacio que nos hubieran preparadado fuera frío e inhóspito o los asistentes fueran escasos, pues casi nunca ha faltado interés por conversar, por pensar juntos sobre el deseo y el placer de leer. Y siempre, como preámbulo, ese emotivo y compañero Elogio de la lectura.



Algunos textos introductorios nos ha acompañado desde el primer día...

... y otros han ido incorporándose con el paso de los años. Lo mismo ha ocurrido con la música, que se ha renovado conforme variaban nuestros gustos, aunque debemos confesar que hemos sentido desde el principio una especial predilección por las composiciones instrumentales del grupo portugués Madredeus: As ilhas dos AÇores, Os moinhos, Tardes de Bolonha, Viagens interditas...

No sabríamos calcular ahora cuántas personas han podido participar en nuestras sesiones desde aquel lejano 1991. ¿Quince mil? ¿Veinte mil? No importa demasiado la cantidad. Muchos miles, desde luego. Lo relevante, más allá de los números, han sido las reflexiones provocadas a lo largo de estos años por nuestro sencillo
Elogio de la lectura. Comprenderán que sintamos una íntima e irrefrenable felicidad al pensar que tantas y tantas personas han tenido la oportunidad de expresar en voz alta sus experiencias con los libros y de escuchar a la vez nuestros pensamientos y nuestras emociones sobre un asunto tan inseparable de nuestras vidas. Hemos siempre recibido más de lo que hemos entregado. No cabe duda de que nuestras ideas sobre la lectura y los libros deben mucho a las conversaciones alentadas por ese Elogio de la lectura a lo largo de estos veinte años.

Y como suele ocurrir siempre que se echa la vista atrás, el viernes pasado sentimos el paso del tiempo de un modo oneroso, pero nos consolamos pensando que, al menos en ese terreno, podíamos ofrecer una biografía afortunada.

Me parecía que debía compartir con ustedes este aniversario.

28 de febrero de 2011

Bosques II

Vayan por delante unas palabras de excusa. Casi un mes sin publicar entradas me parece un lapso demasiado prolongado como para no dar alguna clase de explicación. Mi respeto por los lectores que tan amablemente se asoman a este blog me impulsa a justificar mi silencio. Descartados el desinterés o la fatiga sólo puedo recurrir a la falta de tiempo como la razón más inmediata para no escribir. Algo (o mucho) de eso ha habido. Como no sirvo para cumplir el trámite de redactar unas líneas más o menos ingeniosas a fin de salir del paso, he abandonado este blog en beneficio de otros trabajos que requerían urgentemente mi atención. Lo lamento. Confío en su benevolencia.

**********

Y ahora vayamos con la entrada.

No quería dejar pasar febrero sin cumplir mi promesa de publicar a lo largo de 2011, proclamado como saben 'Año Internacional de los Bosques', al menos una entrada al mes que tuviera relación con la literatura y los bosques. El fragmento que reproduzco a continuación pertenece a un breve y hermoso relato de Jean Giono, El hombre que plantaba árboles. La historia de Elzéard Bouffier bien podría servir de símbolo de esta conmemoración.

"Advertí que a modo de cayado empuñaba una vara de hierro gruesa como un pulgar y de metro y medio de longitud. Andando a mi aire, seguí un camino paralelo al suyo. El pasto se hallaba en un valle. Dejó al perro a cargo del reducido rebaño y subió hasta donde yo me encontraba. Temí que fuera a reprenderme por mi indiscreción, mas no fue ni mucho menos así: él iba en aquella dirección y me invitó a acompañarlo si no tenía nada mejor que hacer. Trepó hasta la cresta de la loma, un centenar de metros más arriba.

Entonces comenzó a clavar la vara de hierro en la tierra, abriendo agujeros en los que plantaba una bellota; luego rellenaba el agujero. Así plantaba robles. Le pregunté si aquella finca le pertenecía. Me repuso que no. ¿Sabía de quién era? No lo sabía. Suponía que era de propiedad comunal, o tal vez perteneciera a personas que no le otorgaban mayor importancia. No tenía el menor interés en descubrir de quién era. Plantó las cien bellotas con sumo cuidado.

Tras el almuerzo reanudó las tareas de plantación. Supongo que me mosttré persuasivo en mi interrogatorio, pues obtuve algunas respuestas. Llevaba tres años plantando en aquel desierto. Había plantado ya cien mil bellotas. De las cien mil, veinte mil habían germinado. De las veinte mil, contaba con perder la mitad a manos de los roedores y de los impredecibles designios de la Providencia. Así pues, todavía quedaban diez mil robles con vida donde antes nada crecía.

Fue entonces cuando empecé a preguntarme qué edad tendría aquel hombre. Saltaba a la vista que había cumplido los cincuenta. Cincuenta y cinco, me dijo. Se llamaba Elzéard Bouffier. Una vez había poseído una granja en las tierras bajas. Allí había construido su vida. Perdió a su único hijo; luego a su esposa. Acabó retirándose a aquellos solitarios parajes, donde se encontraba muy a gusto viviendo sin prisas con sus ovejas y el perro. A su parecer, aquella tierra se estaba muriendo por la ausencia de árboles. Agregó que, a falta de otra ocupación más apremiante, había decidido poner remedio a aquel estado de cosas.

Puesto que en aquellos tiempos, a pesar de mi juventud, llevaba una vida solitaria, me constaba que debía tratar con amabilidad a los espíritus solitarios. Pero esa misma juventud me empujaba a considerar el futuro con relación a mí mismo y a una determinada búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus diez mil robles serían magníficos. Respondió con toda sencillez que si Dios le concedía bastante vida, en treinta años habría plantado tantos más que aquellos diez mil serían como una gota de agua en el océano.

Por otra parte, estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un vivero de plantones nacidos de hayucos junto a su casa. Los plantones, protegidos de las ovejas mediante una cerca de alambre, eran muy bonitos. También tenía en mente plantar abedules en los valles donde, según me dijo, había una cierta humedasd a pocos metros bajo la superficie del suelo.

Al día siguiente nos separamos."

5 de febrero de 2011

También mi voz

Hoy, 5 de febrero, se ha organizado en numerosas ciudades inglesas el Save Our Libraries Day, una jornada de protesta nacional contra los recortes presupuestarios del gobierno de Gran Bretaña que amenazan con hacer desaparecer cientos de bibliotecas públicas.

Los actos de protesta son muy diversos y todos persiguen un mismo fin: salvar las bibliotecas públicas de las acometidas temibles de los mercados, es decir, de los miserables intereses de los poderosos y los ricos, cuya venenosa voracidad está socavando las arduas conquistas de los últimos siglos en favor del acceso universal a la cultura, entre cuyas cimas está la consideración de la lectura pública como un derecho básico.

Aquí, aquí y
aquí pueden conocer algunos aspectos de la protesta: un apasionado discurso de Philip Pullman contra la tendencia a someter las bibliotecas públicas al dictado del dinero, un vídeo de voces muy plurales en defensa de la lectura y las bibliotecas, un mapa de los actos de protesta organizados hoy en todo el país en favor de una de las instituciones cívicas fundamentales de las sociedades democráticas.

Quiero mostrar con esta entrada mi solidaridad con los lectores ingleses que se sienten agredidos por los mercaderes sin escrúpulos que han usurpado los organismos públicos hasta convertirlos en lugares de corrupción y de menosprecio de la ciudadanía. Lo hago en defensa de la cultura, que es como decir en defensa de la democracia y las libertades, pero al mismo tiempo como advertencia a todos de que lo mismo puede ocurrir en otros muchos países, incluido el nuestro, de un momento a otro.

2 de febrero de 2011

De repente, William Maxwell

Acabo de finalizar la lectura de Adiós, hasta mañana, la segunda novela de William Maxwell que leo y si ya la primera, Vinieron como golondrinas, significó un gratísimo descubrimiento la que he terminado ahora me ha cautivado aún más. Ambas llegaron a mí por mediación de manos amigas, fraternales, un gesto que agradezco.

Siempre que me dispongo a comentar un texto literario, o, por mejor decir, a ensalzarlo, me asalta la duda de si seré capaz de explicar con palabras sinceras y significativas lo que su lectura ha supuesto para mí. Temo incurrir en la ramplonería o el tópico, con lo que la llamarada de sensaciones y pensamientos quedaría reducida a ceniza. También en esta ocasión me siento un tanto amilanado.

Comenzaré diciendo que una de las cualidades de la escritura literaria que más aprecio es la sutileza, la potestad de presentar lo minúsculo como algo esencial y revelador, la virtud para hacer que los lectores se interesen por las peripecias cotidianas con el mismo fervor que pueden prestar a los grandes acontecimientos históricos. Pero, ¿por qué habría de importarnos conocer las secuelas de un recuerdo adolescente que no ha dejado de gravitar en la vida de un sexagenario ni un sólo día desde que el pequeño suceso tuvo lugar, cincuenta años antes? ¿Qué puede ofrecer a los lectores la narración de un enquistado sentimiento de culpa que el narrador efectúa como un tardío acto de justicia? ¿Tan grave fue lo sucedido? ¿Acaso estamos hablando de un temible secreto, de la ocultación de un acto brutal y ominoso? No, desde luego. El suceso que ha atormentado al protagonista a lo largo de décadas es, visto desde fuera, ínfimo, casi ridículo, lo cual no ha evitado su presencia dolorosa.

Un gesto adolescente, impremeditado, puede determinar gravemente una vida y el relato de William Maxvell, Adiós, hasta mañana, evoca ese peso. Al leerlo nos sentimos reclamados de inmediato por una confesión, por el viejo temor de un hombre mayor a que el silencio acabe por destruir su necesidad de rememorar. A veces, la memoria preserva ínfimos lugares dañados cuya reparación resulta cada vez más apremiante, si es que se aspira a alcanzar la serenidad definitiva. Es como una rozadura en un pie, liviana a primera vista, pero presente en cada paso que se da. ¿Y puede hacerse de la narración de un recuerdo, real y a la vez imaginado, una novela conmovedora, inolvidable? Sí, ése es el gran mérito de William Maxvell, convertir un episodio anecdótico en una exploración profunda de la condición humana. Cuando un escritor me hace sentir más compasivo y más interesado, cuando me conduce con delicadeza por la conciencia herida de un ser humano, cuando hace de la melancolía un modo de sondear el pasado, me siento elevado como lector. Soy capaz de entender de pronto las significaciones de la amistad, el dolor por la muerte de una madre, las incertidumbres del crecimiento, la sombra de la culpa, el anhelo de redención...

¿Y todo ello en un libro de 172 páginas? Sí. Basta esa brevedad para decir lo que esperamos siempre de la literatura: densidad, emoción, conocimiento. Y si se leen juntas ambas novelas (acabo de comenzar la tercera, La hoja plegada, y aún no estoy en condiciones de opinar) se percibirá un mismo estado de ánimo,
aunque entre una y otra medien 43 años, y una misma voluntad de escribir como si se susurrara, como si se reclamara a los lectores una mirada deferente a las vicisitudes de la infancia. Son novelas que hablan de los niños, sí, pero van más allá: son novelas sobre las vidas dañadas, sobre las esperanzas pese a todo.

(Releo el texto y tengo de nuevo un sentimiento de insuficiencia e ineptitud. No creo haber dicho lo que quería. Lo lamento, pues William Maxwell se merecía más. Diré finalmente que gran parte de la brillantez de ambas novelas se debe a las traducciones, realmente magníficas, realizadas por Gabriela Bustelo)

24 de enero de 2011

Bosques I

"Muchas personas reconocen los árboles por las hojas, la forma o el tamaño, pero en las profundidades del bosque sin follaje Roy los conoce por la corteza. El recio tronco del quiebrahacha, esa leña pesada y fiable, tiene una corteza marrón y erizada, pero las puntas de las ramas son lisas e indudablemente rojizas. El cerezo es el árbol más negro del bosque, y su corteza forma pintorescas laminillas. A la mayoría de las personas les sorprendería lo altos que crecen allí los cerezos: nada que ver con los cerezos de los huertos. Los manzanos se parecen más a sus colegas de huerto: no demasiado altos, la corteza no tan claramente laminada ni oscura como la del cerezo. El fresno es un árbol marcial de tronco con estrías longitudinales. La corteza gris del arce tiene una superficie irregular, y las sombras producen rayas negras, que en algunos casos se cruzan formando rectángulos ásperos y en otros no. Esa corteza tiene un aire de descuido reconfortante, apropiado para el arce, casero y familiar, el árbol que imagina la mayoría de la gente cuando piensa en un árbol.

Hayas y robles son otra historia: tienen algo único y dramático, aunque ninguno de los dos luce una forma tan bonita como la de los grandes olmos, que prácticamente han desaparecido. El olmo tiene la corteza gris y oscura, la piel de elefante preferida para tallar iniciales. Esas tallas se dilatan con los años y las décadas, y de finas hendiduras de cuchillo pasan a convertirse en manchas que al final dejan las letras ilegibles, más anchas que largas.

Los olmos llegan a medir treinta metros en el bosque. En los lugares abiertos se extienden y son tan anchos como altos, pero en el bosque se disparan hacia arriba, las ramas de la copa se desvían radicalmente hasta parecer cuernos de ciervo. Sin embargo, este árbol de porte ten arrogante puede tener un defecto, la fibra revirada, que se manifiesta formando ondulaciones en la corteza. Eso indica que el viento fuerte lo puede romper o tirar. En cuanto a los robles, no abundan tanto en esta zona, no tanto como los olmos, aunque se distinguen fácilmente. Así como el arce parece el árbol imprescindible en el jardín trasero, el roble parece un árbol de cuento, como si en todos los cuentos que empiezan con "Érase una vez en el bosque" este bosque estuviera lleno de robles. Las hojas dentadas, oscuras y lustrosas le dan ese aspecto, pero es igualmente
legendario cuando ha perdido el follaje y se ve la corteza gruesa, como acorchada, de un negro grisáceo y de superficie intrincada, y las ramas tan enroscadas y curvadas.

Roy piensa que ir solo a cortar árboles entraña pocos riesgos si sabes lo que te haces. Cuando vas a cortar un árbol, lo primero es calcular el centro de gravedad y después cortar una cuña de setenta grados, justo debajo del centro de gravedad. Naturalmente, el lado donde se haga la cuña será hacia donde caerá el árbol. Se da un corte desde el lado opuesto, no para llegar hasta la cuña, sino alineado con su punto más alto. La idea consiste en atravesar el árbol, dejando al final una bisagra que es el centro mismo del peso del árbol, por donde debe caer. Lo mejor es derribarlo lejos de las demás ramas, pero a veces no hay manera de hacerlo. Si un árbol queda apoyado en las ramas de otros árboles y no se puede meter un camión para sacarlo con una cadena, se corta el tronco en secciones desde abajo, hasta que la parte superior se desprende y cae. Cuando derribas un árbol y queda reclinado en sus propias ramas, se baja el tronco hasta el suelo cortando la madera de las ramas hasta llegar hasta la que lo entorpece. Estas ramas están sometidas a presión -pueden curvarse como un arco- y el truco consiste en cortar de tal manera que el árbol ruede hacia donde no estás tú para que las ramas no te golpeen. Cuando repose tranquilamente en el suelo, se corta el tronco en leños y se parten con el hacha.

A veces te llevas una sorpresa. Algunos bloques no se dejan partir con el hacha; hay que ponerlos de lado y romperlos con una motosierra, y el serrín y la fibra salen en largas tiras. También hay que partir de lado la madera de algunos arces y hayas, cortar el gran bloque redondo a lo largo de los anillos de crecimiento por todas partes hasta que queda casi cuadrado y se puede acometer más fácilmente. A veces te encuentras con madera podrida, entre cuyos anillos ha crecido un hongo. Pero por lo general la dureza de los bloques es la que esperas, mayor en el tronco que en las ramas, y mayor en los troncos anchos que han crecido en terreno más abierto que en los altos y delgados que se yerguen en medio del bosque.
"

*****

He querido comenzar con este texto la serie que a lo largo de 2011 quiero dedicar a los bosques, pues como saben éste que comienza ha sido declarado 'Año Internacional de los Bosques'. El bosque, no hace falta decirlo, es uno de los lugares arquetípicos de la literatura y su evocación aún nos emociona. El texto escogido hoy pudiera parecer un poco incongruente para encabezar la serie, pues habla básicamente de cortar árboles, pero hay una razón literaria. Ese fragmento pertenece a un relato incluido en el último libro de Alice Munro,
Demasiada felicidad, que acabo de leer, como me ocurre con todos sus libros, henchido de gozo. Ya he hablado aquí de Alice Munro, de la extraordinaria admiración que siento por ella, de la felicidad que me proporcionan siempre sus relatos. Y como necesitaba recomendar su lectura con urgencia me pareció que podía enlazar ambos propósitos: la inauguración de la serie y la celebración del libro. Eso es lo que hago. Pero es que además, contrariamente a lo que pueda parecer, en el relato 'Madera', del que está extraído el fragmento, el bosque actúa, como en los viejos cuentos, de espacio de salvación, de reencuentro. No digo más. Si lo leen lo entenderán.


17 de enero de 2011

El asesino lector

Hace unos días leí una noticia entre perplejo y divertido. El suceso del que se daba cuenta era sin embargo muy dramático: el asesinato de la esposa y el hijo adolescente a manos de un hombre de 52 años, residente en Torrecaballeros, un pequeño pueblo de la provincia de Segovia. Eran los datos que aportaba el periodista lo que me sorprendió y me hizo sonreír no sin cierta amargura. Por encima de cualesquiera otros rasgos del presunto asesino, que acabaría suicidándose tras el crimen, la información destacaba su cualidad de lector. Era la primera vez que leía algo semejante. Nunca en ocasiones anteriores, en circunstancias iguales, había leído datos del perfil del asesino que aludieran a sus íntimos gustos o aficiones. No recuerdo que en otros momentos se haya destacado de los asesinos su pasión por el fútbol, su conocimiento de astronomía, su adicción a los programas de chismorreos televisivos, su fervor por los tangos o su habilidad con los ordenadores, pongamos por caso, y no es de dudar que manías o devociones tendrían, como les suele ocurrir a la mayoría de las personas.

En esta ocasión, sin embargo, se concedía gran relevancia a la condición de lector del criminal. "Nadie sabe lo que se le pudo pasar por la cabeza a este hombre con el que solo se podía hablar de literatura o historia, nada de temas comunes, enemigo de la televisión", afirma el periodista, no sé si con ánimo esclarecedor o acusatorio. El caso es que la afición del autor del doble parricidio a la lectura es un dato destacado. "Quería ser muy sabio, no había libro del bibliobús que no se hubiera leído", confirma con desparpajo una vecina, peluquera para más señas. Finalmente, el periodista cree oportuno resaltar que era un lector obsesivo, que no salía de su casa y leía a Sócrates (¡a Sócrates nada menos!).

Entenderán mi jocosa perplejidad tras la lectura de la noticia. ¿Quiere decirse con todo ello que la lectura empuja al crimen o que al menos no lo evita? ¿Se trata de un descubrimiento, una advertencia o una decepción del periodista? ¿Se quiere denunciar que hasta los lectores matan? ¿Puede considerarse la lectura como una circunstancia agravante o eximente? ¿O es quizá una patología, como lo puedan ser el alcoholismo o la esquizofrenia? ¿La costumbre de no ver la televisión y no hablar de 'temas comunes' puede juzgarse como indicio de una mente criminal? ¿Leer las palabras de Sócrates cura o agrava?

En fin, un sinnúmero de dudas. Ya lo que faltaba es que la lectura, y especialmente los Diálogos de Platón, los bibliobuses y el empeño en hablar de literatura aparecieran como un riesgo, como una incitación a coger el rifle y disparar al primero que aparezca.

10 de enero de 2011

Lector de Dashiell Hammett

"Muchos escritores trabajan mejor en épocas de problemas: sin dinero, frío en el exterior y en casa, incluso enfermos y con el final a la vista. Pero yo siempre he sabido que cuando se avecinan problemas tengo que hacerles frente rápidamente y moverme a toda prisa, a pesar de que la prisa sea irreflexiva y, en ocasiones, perjudicial. Para gente así de impaciente, la calma es necesaria para el trabajo duro: días largos, meses de darle vueltas son la mejor manera de vivir.

Escribí The Autumn Garden en uno de esos períodos. Me encontraba en una edad buena; vivía en una granja que, finalmente, marchaba bien y sabía que había encontrado el lugar adecuado para vivir el resto de mi vida. Tanto Hammett como yo ganábamos mucho dinero, y no nos importaba adónde iba a parar mientras resultara divertido. Casi llevábamos veinte años juntos, algunos de ellos malos, unos pocos pobres, pero ahora los dos habíamos dejado de beber y el entusiasmo de los primeros años había sedimentado en un afecto apasionado, tan inesperado para ambos que nos mostrábamos tímidos y cautelosos el uno con el otro, como unos novios adolescentes. Sin palabras, sabíamos que habíamos sobrevivido para la mejor de todas las razones, el placer mutuo.

No podía esperar a oír lo que él pensaba sobre las noticias en el periódico de la mañana, sobre un libro, un invitado que había partido, un día de cacería de pájaros y conejos, un paseo de una hora por los bosques. Y nadie en mi vida se ha mostrado tan ansioso por tenerme en una habitación, hablar hasta muy tarde en la noche, hacerme levantar temprano por la mañana. Presumo que fue mi época mejor, ciertamente el mejor momento de nuestra vida conjunta. Pienso ahora que, de alguna manera, ambos sabíamos (ya había indicios: Joe McCarthy había aterrizado) que teníamos que hacer la vida agradable porque iba a terminar. Un año más tarde Hammett se encontraba en la cárcel; dos años más tarde el lugar en el que yo me había propuesto vivir para el resto de mis días se tuvo que poner a la venta; tres o cuatro años más tarde ni él ni yo teníamos ni cinco y, más importante que todo esto, íbamos a vernos frente a la muerte de Hammett agazapada en cada rincón. Si olimos el futuro, me alegra que tuviéramos suficiente sentido común como para no mencionarlo nunca."

Lillian Hellman, Pentimento

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No siempre me es grato sumarme a las ceremonias conmemorativas de escritores, artistas o científicos a propósito de alguna fecha rotunda que les concierne. A menudo me parecen artificiosos modos de homenaje. Otras veces, en cambio, me uno a ellas con mucho gusto, porque siento que debo dar testimonio de reconocimiento a su labor. En esas ocasiones, la escritura actúa como una personal y modesta manifestación de gratitud. Es el caso de hoy, si bien la fecha elegida para recordar a Dashiell Hammett no me parece la más adecuada (tal día como hoy murió en un hospital de Nueva York a causa de un persistenete enfisema pulmonar).

Pero como tantos otros harán hoy en todo el mundo, me satisface rememorar su nombre y renovar mi admiración por sus novelas y sus relatos, que comencé a leer con pasión en los años en que me formaba como lector. Y he querido encabezar mi homenaje con unas palabras de quien durante tantos años fue su compañera, Lillian Hellman, porque evocan con extraordinaria sinceridad la figura del hombre íntegro, lúcido, inteligente, con el que compartió su vida. En esos párrafos están expuestas sus dificultades, sus pasiones, sus alegrías. Destaco de él, y en primer lugar, su calidad literaria y a la vez su rectitud moral, demostrada en su negativa a testificar ante el Comité de Actividades Antiamamericanas, al que consideraba ilegítimo, contra militantes comunistas durante los procesos totalitarios desencadenados por el senador Joseph McCarthy en los años cincuenta del siglo XX, cuando tantos artistas prefirieron salvar su carrera profesional y su reputación aun a costa de delatar a sus amigos y compañeros. Esa osadía, además de conducirlo a la cárcel, provocó su ruina económica y la negación de los estudios cinematográficos, las emisoras de radio y las editoriales a tratar con él. Su actitud ética merece nuestro recuerdo.


Como igualmente merece recuerdo su obra literaria, que Dashiell Hammett comenzó en el período previo a la Gran Depresión en Estados Unidos, el tiempo de la Ley Seca, los gánsteres, la corrupción institucional, los brillantes cabarets nocturnos, los asesinatos cotidianos, el cinismo social, la connivencia entre gobernantes y delincuentes, el capitalismo más depredador (¿acaso no les resulta familiar ese ambiente?). Sus tramas narrativas contribuyeron a poner de manifesto el pútrido subsuelo de ese mundo rutilante e hipócrita y, de paso, ayudó a perfilar uno de los iconos contemporáneos: el investigador solitario, frustrado, empecinado, escéptico, revelador de las miserias humanas y las corrupciones institucionales. Sus novelas, encasilladas en el género de la 'novela negra', lo que lamentablemente parece restarles altura literaria, me han proporcionado muchos e intensos momentos de felicidad lectora. Por ese regalo me sentía hoy obligado a rememorarlo.